Ataque de Pánico Un ataque de pánico es la aparición súbita de miedo intenso o de malestar intenso que alcanza su máxima expresión en minutos. Pueden aparecer en cualquier momento, aunque no haya nada que temer.

El sistema nervioso de algunas personas activa señales de alarma en momentos inapropiados, esas personas sienten las mismas sensaciones físicas y emocionales que experimentarían si sus vidas estuvieran realmente amenazadas.

Como en otros trastornos de ansiedad, los síntomas predominantes varían de un caso a otro, pero es frecuente la aparición repentina de:

• Palpitaciones, golpeteo del corazón o aceleración de la frecuencia cardíaca

• Sudoración

• Temblor o sacudidas

• Sensación de dificultad para respirar o de asfixia

• Náuseas o malestar abdominal

• Sensación de mareo, inestabilidad, aturdimiento o desmayo

• Parestesias (sensación de entumecimiento o de hormigueos)

• Miedo a perder el control o “volverse loco”

• Miedo a morir

Parte de los criterios diagnósticos (DSM-V o del CIE-10. American Psichiatric Association) es verificar si al menos a uno de los ataques le ha seguido un mes (o más) de uno o los hechos siguientes:

• Inquietud o preocupaciones continua acerca de otros ataques de pánico o de sus consecuencias (por ejemplo: pérdida de control, tener un ataque de corazón)

• Un cambio significativo de mala adaptación en el comportamiento relacionado con los ataques (comportamientos destinados a evitar los ataques de pánico, evitación del ejercicio o de las situaciones no familiares),

Tratamiento
El circuito del pánico se instala y mantiene a partir de los pensamientos catastróficos que surgen como respuesta a las sensaciones corporales (recordemos que son sensaciones normales de la activación del sistema de alarma frente a un peligro o amenaza real, y que en el pánico no hay tal peligro).

Por lo tanto, el papel de los pensamientos que surgen en ese momento son de suma importancia, los llamamos pensamientos automáticos y sus características son:

• Se expresan en forma breve y fugaz.

• No son cuestionados a pesar de ser irracionales por lo tanto son creídos fielmente.

• Son espontáneos e involuntarios.

• Tienden a ser negativos o catastróficos.

• Hacen que la persona perciba sólo un aspecto de su ambiente, (atención selectiva) desestimando aquello que no es coherente con sus pensamientos.

El tratamiento se focaliza entonces, en modificar estas distorsiones cognitivas (errores de pensamiento) como pensar que me voy a morir porque mi corazón late más rápido me voy a desmayar y perder el control de mi cuerpo.
El cambio se dará cuando además de detectar los pensamientos negativos pueda reemplazarlos por autoafirmaciones positivas, por ejemplo: “estos son sólo pensamientos, voy a intentar respirar y relajarme”.

A esto lo llamamos “reestructuración cognitiva”, que es aprender a pensar de un modo diferente al que lo hacemos habitualmente cuando se empiezan a sentir los síntomas de pánico, intentar buscar un modo de pensar más funcional y mucho más adaptativo para esa situación. Los pensamientos automáticos distorsionados son aprendidos, y por lo tanto pueden desaprenderse. ¿Cuál es la forma correcta de pensar y fomentar la autoeficacia?

• Evitando usar el “no”. Por ejemplo, reemplazar el pensamiento
“no me va a dar un infarto” por “puedo relajarme y estar tranquilo”.

• Siempre ubicarse en el tiempo presente y no preocuparse por lo que vendrá. Recuerde el circuito del pánico:
Por eso es importante como parte del tratamiento, destacar ejercicios de relajación y respiración, el objetivo es balancear los niveles de oxigeno e incentivar la calma para un mejor afrontamiento.
La recuperación no sigue una línea recta, son esperables recaídas, pero forman parte del proceso de recuperación, cada recaída aporta un aprendizaje.