En el mundo natural, los ríos siguen el cauce más fácil, los árboles crecen buscando la luz sin desperdiciar energía, y los animales conservan sus fuerzas para lo necesario, todo tiende al equilibrio, sí, en un mundo natural.
Esta lógica simple y de alguna forma predecible, es lo que conocemos como: “La Ley del Mínimo Esfuerzo, esa tendencia a lograr el máximo resultado con el mínimo gasto de energía.
¿Qué sucede cuando esta ley se infiltra en el mundo empresarial?
Cuanto menos esfuerzo, norma se vuelve…
En la cultura organizacional, la “Ley del Mínimo Esfuerzo” se manifiesta cuando las personas colaboradoras, por múltiples razones, comienzan a entregar lo justo, lo necesario. Ni más, ni menos…
¿Será pereza? ¿Desinterés tal vez? ¿Falta de motivación? ¿Una simple respuesta automática de la empresa?
La respuesta casi siempre es más compleja de lo que parece. Y es que, muchas personas trabajadoras, actúan de esta forma, porque comparten un sentido individual, algunas veces colectivo de no valoración, o falta de un liderazgo inspirador. Otras, por el contrario, se relacionan con reglas diseñadas para premiar la mediocridad en lugar de la excelencia.
En otras palabras, el sistema, enseña que “a mayor esfuerzo menor recompensa… ¿Para qué hacer más?

Factores que propician el mínimo esfuerzo…
Estos factores, tienen impactos que limitan el alcance de la visión organizacional y sus respectivos compromisos. En otras palabras, el hacer sin un objetivo no es más que una ilusión enmascarada.
Aquellas metas que no se cumplen o se cumplen al límite, se transforman en productividad estancada. Si en la empresa se han desarrollado equipos de alto rendimiento, sus integrantes se desgastan, se frustran o renuncian y la falta de innovación, se convierte en una “Oda a la repetición” parte de la Cultura organizacional en general actualmente.
¿Cómo convertir esta ley a nuestro favor?
Paradójicamente, la Ley del Mínimo Esfuerzo también puede ser una oportunidad si se entiende desde su génesis. No se trata de exigir más esfuerzo, sino de hacer el trabajo más eficiente, significativo y motivador…
Pensar en: la automatización de tareas repetitivas libera tiempo para lo estratégico, el reconocimiento público de los esfuerzos, no importan si son pequeños, genera una incertidumbre positiva de cambios, propósitos y logros colectivos. Repensar los roles con propósito y grados significativos de autonomía, son algunas de las estrategias que pueden revertir los efectos que provoca esta cultura de “cumplo y miento”, que hace ver un “ambiente laboral aparentemente bueno” aunque en el fondo, solo se trata de una solapada resistencia al cambio.
La Ley del Mínimo Esfuerzo no es el enemigo… |
La ley es un principio que, invita a las organizaciones y a sus tomadores de decisión a repensar estrategias de cultura organizacional para motivar a los equipos de trabajo, desarrollar sus competencias y mejorar la interacción entre sus integrantes, con el fin de propiciar entornos laborales con mejores atractivos y condiciones que inviten a la creatividad e innovación.
Las empresas que entienden la importancia de esta dinámica podrán llevar más lejos sus metas y construir culturas más inteligentes, efectivas y empáticas.
No lo olvide, la clave no está en hacer lo mismo con más fuerza, sino en replantear la pregunta que lo inicia todo: ¿Para qué lo hacemos?
Cuando el “para qué” es claro, la acción cobra sentido, la estrategia se convierte en causa, y el movimiento, en propósito compartido.
Reinventarnos… es el siguiente paso.
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