Ese Muerto Apesta: La falta de perdón

Publiqué un pensamiento personal en nuestro Facebook que decía:

“PERDONEN, DEN UN BESO. ABRACEN. DEN LA OPORTUNIDAD PORQUE EN ESTO NOS DAMOS NOSOTROS OPORTUNIDAD TAMBIÉN Y ESTAMOS CRECIENDO”.

La reacción no se hizo esperar; algunas personas comenzaron a escribir frases reflexivas pacificándose con su pasado, otras dieron testimonio de los beneficios recibidos al haber perdonado en alguna ocasión y varios de forma muy abierta, honesta y “esponjando” su corazón no podían con el contenido de mi frase semanal.

Por más respuestas empáticas que esbocé ante los apabullantes comentarios que muchos de nuestros seguidores escribieron con honestidad y transparencia del por qué perdonar NO era una opción, comencé a reflexionar…

Sí, muchos tienen razón de no creer en el perdón y no ser capaces de perdonar.  Existen agravios que se quedan zumbando en los oídos como un molesto tinnitus a causa de palabras duras e hirientes que penetraron en el cerebro y en el corazón. Frases y palabras como dardos envenenados con efectos devastadores que, independientemente del tiempo que ha pasado, siguen resonando fuerte y claro en el presente.

Sí, es difícil poder borrar la marca que quedó tatuada en el cuerpo por una agresión física o sexual.

¿Cómo olvidar el arma que al ser gatillada le robó el suspiro a ese ser querido que no merecía que sus sueños pararan de cuajo?

Y la promesa rota de aquél ingrato que, sin más, traicionó dejando la duda de si lo sucedido era por no ser suficiente o porque la culpa era propia y no del mismo traidor.

Sí, se hace imposible mitigar el ácido de la lengua viperina que ha dejado un rastro de murmuraciones sobre cosas que no son ciertas y que han puesto el nombre en entredicho ante los demás. ¡SÍ! ¿Cómo se va a pasar por alto el que abandonó el hogar sin aviso y sin excusa?  Y; ¿Qué de lo que me quitaron, de lo que me endosaron, de la traición maquillada con sonrisas aparentes?  ¡Simplemente no se puede olvidar!

Puedo enumerar cientos de razones para no perdonar; todas ellas justificadas.  Queda la duda como una aguja en el pecho:  -“¿Y si me lo vuelve a hacer?” – dice esa voz interior de la desconfianza y el miedo; -“Es que… después de lo que me hizo no deseo seguir con él”-; -“Me hace daño volverla o volverlo a ver”-.  Y en otras ocasiones, a pesar de que no volvemos a entablar relación con el que nos agravió; parece necesario recordar la afrenta porque a pesar de ser veneno puro, de manera siniestra “nos revitaliza” en nuestro rencor y odio, dándonos más fuerza y “propósito” para mantener “cautiva” a esa persona y al evento que nos mal configuró.  Dama y caballero; a eso se le llama “Falta de perdón”.  Y eso, es totalmente distinto a hablar sobre el perdón.  

Quizás lo que le voy a relatar, usted no lo relacione con el tema que nos reúne hoy.  Pronto hará la relación; sólo espero no herir su sensibilidad, su estómago, o hincar en su imaginación imágenes morbosas.

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LA TORTURA ES CREATIVA Y EN OCASIONES… ¡DELICIOSA!

Desde los albores de la antigüedad, el ser humano ha demostrado tener una inagotable imaginación para idear “castigos ejemplares” con enorme grado de sofisticación a través de tortura y ejecución.  Los libros de Historia relatan todo un “menú” bestial de estos castigos; la gran mayoría eran penas derivadas de juicios sin ningún tipo de control ni garantía de que el acusado fuera realmente culpable de algún delito.  Por lo tanto, el “condenado” era sometido a una gran variedad de torturas que lo llevaban en un viaje de terror a través de la mutilación, el sufrimiento y la muerte.  

Algunas de estas penas tenían efecto instantáneo, ejemplo de ello: “la muerte por elefante” que consistía en utilizar un paquidermo para aplastarle la cabeza al sentenciado; o el “empalamiento de vagina y recto”, método rumano utilizado en el siglo XV donde se fijaba una larga lanza en el suelo para luego colocar al desafortunado encima de ella haciendo que la gravedad y el peso de la persona hicieran el resto. Ya podrá imaginarse la escena.  ¡Muerte instantánea garantizada! 

No obstante, las penas más buscadas eran aquellas en las que el acusado entrara en un periodo de tortura por tiempo prolongado para que sufriera todo lo posible antes de morir. Es tan irónico, que el hombre y la mujer, dueños de razón, conocimiento y conciencia, sean los únicos seres a los que “se les salen las babas” haciendo daño a los de su propia especie. 

De los castigos de “larga duración” estaban: “la muerte aserrada” que consistía en partir el cuerpo del condenado en dos mientras éste estaba amarrado boca abajo con las piernas abiertas.  En esta posición, la sangre fluye hasta el cerebro permitiendo que el torturado se mantenga con vida el máximo de tiempo posible. También hay registro del “despellejamiento” o “desollamiento” donde iban cortando tira a tira la piel de la víctima entre varios verdugos y aún transeúntes, que sin tener nada que ver, disfrutaban no sólo de ver sino también de instigar y participar.

Otro método muy temido utilizado por la cultura griega era la del “toro de metal” donde el “criminal” moría lentamente “cocinado” por las altas temperaturas alcanzadas en el interior del artefacto metálico.

¿Cómo vamos hasta aquí? 

 Espero que su concepto hacia mi persona no se devalúe.  Le aseguro de que el morbo está ausente en mi intención y aunque los detalles de las torturas mencionadas son aterradoramente exhaustivos, he intentado hacer una mera descripción superficial.  Pero ahora, quiero, con toda alevosía, ser lo suficientemente explícito con el próximo método de tortura que es el que me va a ayudar a ilustrar el punto que deseo compartirle.

ALIMENTO DEL “MUERTO”

la falta de perdon

El Antiguo Imperio Persa tuvo su propio “método estrella de tortura” que después perfeccionaron.  Consistía en encerrar a una persona en una caja de madera con varios orificios. En primera instancia parece no ser algo tan serio exceptuando que la víctima era amarrada piel con piel junto a un cuerpo muerto; ya fuera de otra persona o de un animal de tamaño significativo.  Este castigo también lo aplicaban con el individuo amarrado a un poste con el cadáver en avanzado estado de descomposición.  Lo amarraban al muerto ya fuera de frente o por la espalda.  El “espectáculo” era a la vista del ojo público.  

El shock y el terror eran indescriptibles puesto que el condenado tenía que soportar la fetidez del cuerpo en descomposición. La deshidratación era alarmante por los vómitos del sentenciado ante la hediondez a la que estaba sometido.  Al condenado lo obligaban a comer alimentos en mal estado para seguir provocando el vómito, y de feria, la diarrea.  Así, la suciedad del “vivo”, aunada a la putrefacción del cadáver (producto del proceso natural de la descomposición) hacían que los bichos y gusanos empezaran a alimentarse no sólo del cadáver, sino también de la carne del “vivo”.  De esta manera el prisionero quedaba entregado a los horrores de una doble putrefacción y, al cabo de varios días moría.  

¡AUXILIO! LAS MOSCAS Y GUSANOS ME COMEN

Mi querido lector, probablemente se preguntará cuál es el propósito mórbido de esta explícita narración a la que lo he sometido.  Muy sencillo, la falta de perdón es el acto de tortura en el que voluntariamente “me amarro” a una situación del pasado o a una persona que, quizás ya ni existe en mi vida, pero al estarla trayendo a memoria junto con su agresión la mantengo vigente en mi realidad.  Es un “muerto” cuya descomposición me estoy tragando. 

La falta de perdón produce “moscas” y “gusanos” que penetran nuestra alma generando amarguras, ira y depresiones que van “comiéndosenuestra vitalidad. Es podrirse con la agresión del pasado; es un muerto al que se mantiene amarrado muy de cerca y que por lo tanto anula y desconfigura el presente y la visión de futuro del que NO perdona.  Por la falta de perdón muchos viven traslapando sus experiencias antiguas contaminando lo nuevo y dañando las nuevas posibilidades que están dispuestas para hacerles felices.

Los “gusanos del pasado” se comen la carne de lo vivo y de lo nuevo porque se abraza lo insalubre del estar mencionando y maldiciendo al que nos dañó.

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El castigo y la tortura es para el que no perdona.

Bajo esta condición es difícil sanar porque se está tan enfocado en la mala experiencia del ayer en la que no se logra disfrutar de las bondades del HOY.  El pasado es el condicionante y la sombra que no permite que el corazón se abra para volver a confiar.  Por eso el muerto sigue afectando nuestra existencia.  

¿Qué puede hacerle un cuerpo muerto a una persona viva? 

¡NADA!  A menos que el vivo quiera amarrarse voluntariamente a él y torturarse.  ¿Va a sufrir el muerto? ¡NO! Porque ni siente, ni sabe y ni se da cuenta… porque está muerto. 

La ausencia de perdón enciende la ira que arrasará su longevidad y su salud física y mental si no toma una decisión por vivir.  La falta de perdón hace que la amargura y el resentimiento ponga sus huevecillos en sus órganos vitales y una vez que revienten en “asquerosos gusanos”, comenzarán a comérselo a usted vivo.  Es un hecho probado; todos los sistemas del cuerpo (el nervioso, el cardiovascular, el gastrointestinal y hasta el reproductor) se ven afectados cuando el nivel de cortisol se encuentra elevado de forma crónica a raíz de la falta del perdón.   

Estar “amarrado al muerto” es rumiar y revivir una y otra vez el daño y el impacto de la agresión que se vivió.

¡Eso apesta!  Libérese de la intoxicación que pulula en el aliento de ese muerto.  Determínese a hacer que su existencia despegue… ¡Sea libre! De no hacerlo nuestro descanso es perjudicado, el estado de reacción, huida y defensa será lo habitual y al final quedaremos aislados en la caja del muerto que apesta. 

El cerebro no sabe identificar la palabra “NO” y tampoco logra identificar si los sentimientos son del pasado o del presente.  Al revivir recuerdos dolorosos, el cerebro activa aquellas sensaciones angustiantes vividas en el pasado y el trauma vuelve a aparecer en tiempo real. NO ES UN BUEN NEGOCIO ABRAZAR LA FALTA DE PERDÓN…estará siempre atado a aquel que pretende olvidar.  Es volverse esclavo del muerto…y eso, mi querido lector, ¡APESTA!

Perdonar NO implica olvidar,

 aceptar, disculpar o negar los comportamientos hirientes de los que se fue objeto.  Ni siquiera lo obliga a quedarse con quien lo hirió. Se trata de tomar la decisión de abandonar los resentimientos y la ira y desamarrarse de la fetidez que la ingrata experiencia causó en algún momento.  

Es quitarle el poder

a aquella circunstancia o persona que nos marcó negativamente. 

Ese muerto apesta y HOY USTED, debe ponerlo donde pertenece: en el cementerio. |

Fabián Zolo brinda sesiones de coaching virtuales o en consultorio en diferentes temas y brinda el servicio de terapia psicológica. Puedes conocer más de él y sus servicios
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Fabián Zolo

Colaborador de fabianzolo.com

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